El miedo a posar desnudos ante los demás y el imaginado ridículo al que nos veremos expuestos, nos imposibilita mostrar nuestro verdadero rostro sin la presencia de la máscara habitual que recubre nuestra tez. Y es que permitir que los demás nos puedan ver sin trucos ni maquillajes es demasiada pena que soportar. Los ojos ajenos ávidos por derramar la sangre de todos aquellos que se atrevan a pasear ligeros de ropa por la vida, sin excelencias que relatar ni cortinas de humos que emplear, forman parte del juego más antiguo del mundo.
Cuando el cuerpo se siente seguro y confiado las alarmas se relajan provocando que la circulación se reabra en ambos sentidos y hacia cualquier dirección existente. A solas contigo mismo, la verdadera naturaleza aflora ante el espejo y es, en ese preciso momento, cuando tu verdadera esencia sale de su escondite vencida por la fatiga acumulada de todo un día ocupado en simulaciones.
Las estaciones nos suelen enmarcar los días dentro de sus componentes al igual que nuestras propias realidades o ficciones lo hacen con nuestros actos diarios. Sencillo resulta, entonces, conocer la respuesta a casi todas las interrogantes que aparecen cuando nos centramos en pensar qué opinión tendrá de mí el resto de la humanidad conocida o por conocer. El tiempo empleado en modelar nuestra figura para tratar al menos de gustar a los demás es enorme............jugamos a conseguirlo o al menos, morir en el intento por lograr la aprobación externa.
Es sorprendente observar con perspectiva el desgaste que representa para el organismo intentar obtener la admiración popular, cuando los verdaderos esfuerzos quizás se hayan de realizar en intentar alcanzar una nota mucho más importante, la aprobación y el respeto interno. Si de todas nuestras tentativas, una mediana parte de ellas tuvieran como finalidad desprenderse de lo innecesario y superfluo, con idea así de formarnos una imagen intrínseca más acorde a nuestra realidad, las cosas posiblemente funcionarían de distinta forma. No digo mejor o peor, sólo distinto.
Creo que a mi me pasa lo contrario, siempre me gusta pasar desapercibida, no me siento bien en el papel del centro de atención. Es por eso que a veces ni siquiera sé que decir cuando recibo un halago.
ResponderEliminarEs cierto que en la sociedad que vivimos es lo que prima, ser el más y el mejor, aunque sea en beber copas..... Gran reflejo de una realidad que nos aturde.
Gracias por los ánimos.
saludos,buen punto de vista, creo que soy algo entreverado,a veces me gusta que me noten otras tan solo ni salgo de casa,espero que todos seamos así,sinó pobre de mi,muy buen post,me hice tu seguidor y te deje unos 5 pts,abrazos desde uruguay
ResponderEliminarYo soy como marikosan, a mi me gusta pasar desapercibida ante el mundo, y quizás por ello jamás levanto la vista del suelo.
ResponderEliminarA veces me detengo a pensar qué es peor, si pasar desapercibido o dejar que todos nos admiren, pero yo me quedo con la primer opción. No me ha ido mal hasta ahora.
Claro que estoy hablando de cómo soy en la calle y ante extraños. En mi vida privada, con familia y amigos, suelo ser el "payasito" de la fiesta. No puedo evitarlo, vivo con buen humor durante todo el día, y si eso no llegara a ser así, jamás le contagio mi mala onda a la gente, así que supongo que yo misma me disfrazo de payaso según la ocasión.
Me gusta tu entrada.
Un beso enorme.
Ambas fórmulas me parecen buenas, tanto si pasas desapercibido como si eres el centro de admiración, siempre que sea como consecuencia derivada de tu personalidad y forma de ser. De lo que realmente me alejo es de los simulacros por querer parecer quién no se es en realidad.
ResponderEliminarUn beso para ambas.
PD: Saludos y bienvenido al amigo herrero desde mi Málaga. Un placer tenerte por aquí