jueves, 16 de diciembre de 2010

EL PARAISO DE LOS FUEGOS ARTIFICALES



Si despierto, nada volverá a ser como antes. Recuerdas los días en que nuestros pasos nos dirigían frenéticos hacia aquella vieja guarida, oculta a cualquier mirada extraña, construida por una necesidad conjunta de crear, envueltos por la fragancia de aquella naturaleza viva. Sembrábamos docenas de amapolas en aquel jardín imaginario, repleto de colores y aromas que recorrían tu cuerpo dejando caer su esencia en cada uno de los poros que en tu cuerpo aún resistían. Confesabas argumentos sutiles y evocadores, ideábamos escapar juntos o permanecer allí para siempre. Volaban las maltrechas fuerzas a cada intento por finalmente tomar el camino acertado, la decisión acertada.

Con las valijas preparadas con demasiada antelación, descubríamos en cada nueva aurora un cielo dramáticamente estático en similar emplazamiento. Solías decirme, recuerdas, que quizás sería por falta de fuerza de un viejo viento, que aquellas nubes no daban nunca la sensación de ir hacia ninguna parte. Caminos de ida y vuelta, direcciones extrañas al concilio del pensamiento, metas anheladas dispuestas a no revelar aún su significado.

Allí permanecíamos juntos mientras la tierra seguía fresca. Sabíamos que si lograba instalarse en ambos la desunión, la partida empezaría a resquebrajarse en dos tristes mitades. En los ojos de quién te ama, encuentras el respaldo necesario para que la espera sea más llevadera. No encuentras esperanza más que en la esencia que transmite el cuerpo que te acompaña en cada descansar. Una vez tus pestañas callan, la oscuridad se apodera de todo pero la vida sigue latiendo bulliciosa y presurosa calle abajo.

En un nuevo albor, de mi mano se desprende sobre tu pelo la más tierna de las caricias, deseosa de que aún sigas a mi lado. Tu mano sobre mi cara así lo demuestra y el sentido para continuar presente allí se adormece.Paseamos de nuevo sin demasiada algarabía por los rincones de un nuevo espacio, más no encuentro importante el destino sino llevo junto a mí, las manecillas de una brújula que no tardará en desorientar.

De vuelta a nuestro jardín, las amapolas plantadas se doblegan por crecer ante la férrea oposición de un terreno ahora inhóspito. Me miras con extrañeza y puedes dibujar en tu rostro una mueca sincera de confusión. El suelo se mueve a nuestros pies, hundimos nuestras manos en una tierra fangosa que quisiera absorber nuestros cuerpos hacia el interior. Nuestro tiempo ya pasó. El silencio y lo andado quedo ahogado en las entrañas de otra vida que dormita ahora en el paraíso de los fuegos artificiales.
Perdona, mi niña, será mejor despertar entonces.