domingo, 9 de enero de 2011

SEMBRANDO FLORES

- Usted, don Floreal, nos juzga como los demás hombres, y no está bien tal juicio en alma superior.
- Si ha venido usted para convencerme de que la Compañía de Jesús y las demás congregaciones religiosas se componen de ángeles, puede usted retirarse.
- No, señor; no he venido con el fin que usted supone, aunque no de ángeles, sino de Ministros del Señor están compuestas las congregaciones religiosas. He venido a saber si desea usted ponerse a bien con Dios.
- Más difícil que ponerse a bien con Dios es ponerse a bien con los hombres, y lo he conseguido.
- En este caso confiesa usted que le costará poco trabajo ponerse a bien con Dios.
- No, quiero decir que me costaría poco en el caso que Dios existiera -repuso Floreal.
- ¿Ah! Con que usted es ateo- exclamó el jesuita con fingida sorpresa. -¡Nunca lo creyera en una persona de la inteligencia de usted! Herejes ha habido muchos en el mundo; herejes que no han creido en la religión católica o en alguna otra, pero herejes de Dios no ha habido ninguno. Es usted el primero.
- Me felicitaría de ello y lo sentiría por la humanidad si fuese cierto lo que usted dice; más no lo es. Si los sabios no fuesen hipócritas, todos se hubieran declarado ateos. También se lo declararían si no ambicionaran más dinero o más comodidades que las que pudieran agenciarse diciendo la verdad. El día que deje de ser reina del mundo la hipocresía, se acabarán los dioses y las religiones; se acabarán también los Ministros de Dios.
- ¡Me llama usted hipócrita!
- Me ha parecido menos enojoso y más justo que llamarle tonto.
- Veo que es usted incorregible.
- Soy sincero. Usted viene a confesarme a mi y quién debería confesarse es usted. Usted viene a convertirme a mi y quién debería convertirse es usted; porque usted ha cometido más pecados que yo y vive mucho más equivocado que yo también.
- Según su opinión- dijo el jesuita.
- Según los hechos de cada uno- replicó Floreal.
Otra vez quedo el cura un tanto perplejo; luego dijo:
¡Qué lástima que no sea usted de los nuestros!
- ¿De quienes? - preguntó Floreal.
- De los creyentes.
- Si precisamente aquí el creyente soy yo y usted el incrédulo. Usted no cree en nada y sólo hace como que cree en Dios. Usted no cree en la virtud. Usted no cree en el amor. Usted no cree en el hombre, en la bondad del hombre. Usted no ve más que tinieblas en la tierra, y, como sólo ve luz en el cielo y duda de que el cielo exista, usted no cree en nada. Si usted y los suyos creyeran, ¿acaso habrían cometido tantas maldades?


Fragmento extraido del libro "Sembrando flores" de Federico Urales escrito en 1906.