miércoles, 9 de febrero de 2011

UNA TARDE INOLVIDABLE

Veo entre una multitud de manifestantes a dos jóvenes críos corriendo de un lado para otro, enarbolando al viento unas pequeñas banderolas mientras juegan a golpear en las piernas a un muñeco sin rostro que permanece colgado de una farola. En plena manifestación, en protesta contra la inclusión de su país en una organización mundial, los pequeños juegan ajenos a todo lo que allí acontece, no saben que es lo que tanta gente allí reunida está haciendo. Se trata de un momento de gran importancia para el presente y futuro del estado nacional, las personas contrarias a aceptar esa decisión ocupan las ciudades intentando manifestar su rechazo. Son momentos de gran tensión, de grandes decisiones, de grandes cambios. Se aprecia como existe cierta tensión ambiental, no aparecen brotes de violencia, es una expresión popular pacífica. Cánticos, pancartas, ruidos de silbatos y demás instrumentos sonoros componen la obra sinfónica que resuena por las calles.

Mientras los dos niños continúan jugando. En su mundo aquello es lo más parecido a una verbena de barrio extrapolado a las calles más espléndidas de la ciudad. Pueden correr por ellas sin peligro de que algún coche los atropelle, pueden reír, gritar libremente, tirarse al suelo, mancharse cuanto quieran. Sin saberlo forman parte de una protesta del pueblo, ellos también forman parte activa de él. Cantan animados y sonrientes copiando los comportamientos adultos que les rodean, no entienden qué significan aquellas palabras que tantas veces se repiten pero aún así no se cansan de repetirlas pasados los días.

Pasa el tiempo, los chicos crecen y aparecen instalados en una relativa madurez ideológica. Han pasado adolescencia y gran parte de la década de los veintitantos sin pensar demasiado, la vida siempre va tan deprisa. Ahora entienden el significado de aquellas palabrejas tan raras que de pequeños no sabían apenas ni decir. Ahora entienden mucho mejor que, quienes lo llevaban cogidos de la mano querían lo mejor para ellos y por esto, los educaron desde el respeto a los demás, la importancia de tener un buen código ético y moral y desde el derecho a sentirse libres y poder opinar siempre que lo quisieran.

A veces escucho hablar de aquella época, de libertades, rebeldía y revolución con cierta añoranza, y no precisamente porque fueran tiempos mucho mejores que los que corren ahora; quizás ahora, echo de menos escuchar el discurso de gente con valores, de perspectivas colectivas, que miren más allá del saldo de su cuenta bancaria a fin de mes.