jueves, 23 de diciembre de 2010

HORIZONTES PRÓXIMOS

Entre unas cortinas casi cerradas apenas se filtran los últimos rayos del año. No deja ver que puede tener allí escondido. Casi fundido con la ventana intentó asomarme a su interior a través de unas rendijas que aparecen, no logró vislumbrar nada. No es que me pueda la impaciencia por saber que nuevos retos mantiene encerrados, simplemente me apetecía echar un vistazo dentro. Como casi siempre que pretendo anticiparme, suelo emprender el camino de regreso con las manos vacías y los bolsillos repletos de arena.

En algún instante aprenderé a quedarme quieto cuando las prisas del corazón comiencen a apretarme con su insistencia. Llegado el momento, escapo al control de mi severo guardián y dinamito los diferentes estadíos en cientos de pedazos. Las piezas acaban depositadas en sedimentos propios al cuerpo, no consienten andar muy lejos, morirían de pena si pensaran que nunca más pudiesen retornar junto a mí. Cuentan con la ventaja de haber pasado antes por esto acostumbrados a subsistir entre estados gravitacionales y otros de mayor solidez.  

Permanezco expectante como un crío ante cualquier objeto nuevo que por primera vez entra en contacto con sus inocentes ojos. La incertidumbre no mudará su piel en ningún otro concepto, seguirá siendo fiel a si misma, sin distracciones ni equívocos de última hora. Quizás surjan leves fantasmas desempleados para tratar de ganarse un sueldo  justo, no me opongo a ello, todos tenemos derecho a un trabajo digno pero no tendrán suerte.

Confieso que pasadas las horas, la apetencia por querer saber, lejos de marcharse, continuará más arraigada en mí. Pienso en descolgar el traje de fiesta y tratando de pasar desapercibido intentar colarme dentro sin llamar la atención. Entre tanto júbilo y entusiasmo nadie detendría su mirada en un individuo que, aunque bien vestido, parece totalmente ajeno a lo que allí se celebra, inmerso en motivaciones distintas. Pasado unos breves instantes, abro de nuevo la papelera de ideas absurdas y la dejo reposar en su interior, sabedor que no será la última.

De vuelta a una extraña calma, vuelvo a colocar en su lugar la prenda que había dejado sobre la cama. Sentado a su borde, comienzo a desvestirme con la tranquilidad que me otorga el hecho de haber serenado el cuerpo en medio de un fulgurante e inesperado comienzo. Desnudo, dejo caer hacia delante el peso del cuerpo. Ya de espaldas al mundo que me rodea, sonrió alegre por descubrirme de nuevo plácido y seguro ante el maravilloso horizonte que está por asomar de nuevo ante mi ventana.